jueves, septiembre 08, 2005

EL ANILLO DORADO

Miraba fijo esa noche girando un anillo sostenido entre el pulgar y el índice, el grabado sobre el oro, del lado de adentro. Lo apoyó en la barra, tomó el vaso y bebió hasta el final, volvió a tomar el anillo. Dejó el bar. Se decidió a entrar cuando estaba atardeciendo, aunque no era común en él beber, pensó que tal vez sería bueno olvidar algunas cosas y recordar tantas otras. Las imágenes se proyectaban como salidas de sus ojos en las paredes, en el piso y en el techo. Miraba fijo esa noche girando un anillo sostenido entre el pulgar y el índice, el grabado sobre el oro, del lado de adentro. Lo apoyó en la barra, tomó el vaso, bebió hasta el final, volvió a tomar el anillo. Dejó el bar. Es duro sobrellevar las pérdidas, es duro enterrar lo más querido. Luego de depositar colectivamente sus restos en tierra, se alejó llorando, a pié. El mundo no dejó de atormentarlo, sentía la culpa de sentir impotencia. Sentía la impotencia de no poder luchar contra algunas fuerzas. Sentía su fuerza vencerse por la culpa. Se decidió a entrar cuando estaba atardeciendo, aunque no era común en él beber, pensó que tal vez sería bueno olvidar algunas cosas y recordar tantas otras. Las imágenes se proyectaban como salidas de sus ojos en las paredes, en el piso y en el techo. Miraba fijo esa noche girando un anillo sostenido entre el pulgar y el índice, el grabado sobre el oro, del lado de adentro. Lo apoyó en la barra, tomó el vaso, bebió hasta el final, volvió a tomar el anillo. Dejó el bar. Miraba fijamente su cuerpo, lo sentía escaparse debajo de la lluvia como un terrón de azúcar, dulce como la miel, frágil como el cristal, eterno como la arena. Le dijo adiós sin saber porqué, la miraba a los ojos. La ayudaba a volar. Es duro sobrellevar las pérdidas, es duro enterrar lo más querido. Luego de depositar colectivamente sus restos en tierra, se alejó llorando, a pié. El mundo no dejó de atormentarlo, sentía la culpa de sentir impotencia. Sentía la impotencia de no poder luchar contra algunas fuerzas. Sentía su fuerza vencerse por la culpa. Se decidió a entrar cuando estaba atardeciendo, aunque no era común en él beber, pensó que tal vez sería bueno olvidar algunas cosas y recordar tantas otras. Las imágenes se proyectaban como salidas de sus ojos en las paredes, en el piso y en el techo. Miraba fijo esa noche girando un anillo sostenido entre el pulgar y el índice, el grabado sobre el oro, del lado de adentro. Lo apoyó en la barra, tomó el vaso, bebió hasta el final, volvió a tomar el anillo. Dejó el bar.

6 comentarios:

Anónimo dijo...
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