lunes, octubre 19, 2009

MADRE

De alguna manera algo intrincada, tal vez por ser varón y mi condición de humano indica que debo si o si haber nacido de madre humana, convirtiéndome esto a su vez en hijo, comienzo a descubrir la intensidad del des-balanceo centrífugo, pero justo equilibrio en sumatoria, que representa la relación con una madre.
Con distintos esfuerzos, ellas nos dan a luz, a nosotros, sus nuevos y jóvenes galanes, en cierto modo incuestionables y hermosos en un sentido que en la mayoría de los casos, solo ellas pueden ver. Es cuando nosotros les juramos un amor eterno en modo de devolución de ese romance, único cariño realmente puro e incondicional, a modo de agradecimiento por la vida otorgada, suerte de exilio uterino justificado por la naturaleza. Lo expresamos de distintas maneras, creo en mi caso, recordar siempre alguna fotografía revelada en papel mate, donde mi madre pone mis graciosos cachetes de bebé, contra su joven rostro, y obtiene a cambio, la más sincera sonrisa, seguramente una sonrisa que jamás volveré a tener, ya que solo en aquel momento, ellas logran en nosotros una felicidad plena, y el resto de nuestras vidas, apostamos a medios, cuartos, o incluso, en algunos casos menos afortunados, tan solo a color o pares y nones.
Pero ese amor parece tener una fecha de vencimiento, irónicamente casi universal, más conocida como adolescencia, período en el cual, no solo el amor parece decrecer, sino que aparece una suerte de odio como herramienta de maduración del ser humano. Inexplicable conducta si la madre intenta recordar los viejos tiempos viendo la foto de la sonrisa.
Cuando por fin esta etapa desaparece, y la madre puede ver orgullosa a su galán ya maduro, con proyectos, ambiciones, es tiempo de saber que ha de abandonar el nido (como parte de ese proyecto), y aquí es donde tal vez, en resumen, la vida de la madre parezca la mayor de las injusticias. Un hijo con el mayor de los amores, un joven con el más cruel de los odios, y un amigo que tan solo parece alejarse. No solo eso, sino que es también el momento en donde el hijo, comienza a estar preparado para encontrar a la mujer en la cual depositará un nuevo e inusual amor, que en el mejor de los casos, será único y especial. Los antagonismos entre este nuevo personaje en la vida del hijo, y la madre, aparecen desde la primera hora, y son casi una representación implícitamente aceptada socialmente, resultado de la diametralmente opuesta morfología de las relaciones. En particular, el hijo comienza a amar a su madre inmediatamente después del exilio inicial, cuando la madre ya le ha dado la vida, ese gran regalo. Sin embargo, comienza a amar a su mujer, tiempo antes de cualquier beneficio. Claro está, el amor como causa o como consecuencia, opuestos por dos radios proporcionales a la distancia entre los modelos de exportación e importación que imponen las industrias uterinas.
Tal vez es porque la madre sabe, o cree saber internamente que esto ocurrirá algún día, que enseña a su hijo varón a amar tan intensamente, creyendo que deberá acostumbrarse al excedente de un amor. La madre enseña al hijo a amar sin merma, ya que es el único ente capaz de recibir el 100% de un amor tan intenso.
Finalmente, empiezo a creer que los nietos son una suerte de revancha que la vida le da a la abuela respecto de su nuera. Ellos, algún día le harán a su madre, lo que su padre a su abuela, una suerte de equilibrio generacional un tanto horrendo, pero sin el cual no habría humanidad. Una especie de nuevo balance en este círculo que gira sobre su centro también llamado vida.

sábado, octubre 03, 2009

CAMPO ROSA

Pienso (un poco) al mundo como un campo de rosas, personas que florecen y se marchitan viendo pasar los días. De un perfume particular y una simetría un tanto escalofriante. Rosas zurdas y diestras pero completamente disléxicas. Rosas tan incoherentes como sus espinas. Rosas que entonan un canto monótono, completamente carente de ideas e idealismo. Rosas aburridas, planas y sin memoria. Rosas sin confianza ni esperanzas, con miedo de pensar, vivir, distinguirse, o al menos esforzarse. Horribles rosas. No caminan en equipo, no lo hacen en grupo. Todas las rosas existen porque delante de ellas existe otra rosa, y ninguna si quiera se pregunta cuál fue la primera. Ninguna si quiera se pregunta para qué. No conocen el Sol, no creen en la tierra, nunca escucharon del agua. Piensan realmente que un diamante de rosas con centro en el individuo es fuerza vital suficiente. Rosas que consumen todo el aire de su desconocida burbuja. Creen en algunos Dioses demasiado pequeños, demasiado ocupados, demasiado mortales. Pequeñas rosas que florecen. Infinitos campos marchitos, repletos de horribles rosas.