miércoles, junio 15, 2005

EL PODER DE LA MÚSICA

¿Te acordás amigo, como te levantaste ese día tan eufórico y me contaste tu sueño?
- Amigo, maestro y todo, no comprendo lo que soñé. Te igualé en técnica, en velocidad, en destreza, en calidad. Sin embargo ante ese tercero que se encontraba en nuestro bar, nuestro queridísimo bar, desplegué mis mejores melodías y algo curioso ocurrió. El tercero te desafió a igualarme, a mejorarme, a demostrar porqué eras mi maestro: "¿Vos podés hacer eso?", te preguntó. Tu respuesta fue simple: "No. pero puedo hacer esto otro". Agarraste tu guitarra con un gesto de desgano y fastidio hacia el tercero, apagaste tu cigarro de un golpe seco contra el suelo, y comenzaste a tocar. Solo cuatro tonos y algún que otro arpegio entre acordes bastaba para ver la cara del tercero. Sin velocidad, ni técnica, ni destreza, arrancaste de un rasguido unas cien lágrimas, y las depositaste en el suelo junto a tus pies. Yo estaba anonadado, no comprendía ni comprendo todavía esa habilidad. La simpleza de los acordes resultaba insultante para cualquier oído. El desprecio por el tercero, no se ocultó detrás de un frondoso punteo. No comprendo que ocurrió.
- Amigo, discípulo y todo, no era yo que tocaba, sino mi alma que sonaba.
Esa mañana, había amanecido nublada la ciudad.

Dedicado a los maestros. Pink Floyd.
(media pila y ahora que se juntaron péguense una vuelta por el sur).

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