jueves, febrero 10, 2005

ENCIERROS (Parte VII - Jilguero)

Y tal vez es que odio los encierros y ella las aves. O tan solo nos asustan.

De todas las aves ella era la más hermosa, la de mejor color, la que mejor cantaba, Jilguero, la que más alto volaba, quien me había elegido un día que yo la había elegido. La que sin importar cuan alto estuviera y cuan bajo me viera, sabía de mi presencia. La que no necesitaba volar a mi misma altura para estar conmigo. La que era pez en el agua, humana en la tierra y Jilguero en el cielo.
Me encontró alguna vez, como una copa de cristal, tendido en el suelo y mal arreglado, las uniones desparejas, las astillas perdidas. Tenía miedo de levantarme, y cargar con un liviano pero riesgoso peso. Sin ella saberlo, la encontré Jilguero, acurrucada en el rincón de sombra entre dos paredes sumamente cerradas. Le tendí mi mano, me levantó despacio, y fuimos tierra por algún tiempo, en el cual redescubrí volar y en el que sé, redescubrió sentir. Di todo de mi y dio todo de ella, lo sé bien y lo atesoro.
Jilguero: -Puedo hacerte mucho daño-.
Copa: -O increíblemente feliz-.
Necesitaba volar el Jilguero y todos sabemos cuánto puede pesar hasta el más delgado cristal. "No puedo soltarte. No quiero soltarte", y no fue egoísmo, juro que lo sé, fue tan solo que lo natural prevalece sobre el desgaste, y se elevó el Jilguero cantando mejor que nunca, y me quedé en la tierra pero sin uniones desparejas, sin astillas perdidas. Libres ambos, cantarás para alegrar nuestros corazones mientras tanto yo portaré el mejor vino en tu honor, para endulzar nuestras almas.

FIN

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