martes, febrero 01, 2005

ENCIERROS (Parte VI - Libre en el claustro)

¿Para que engañarnos? Ciertas situaciones se dan de a rachas. Unos meses con suerte y toda una vida de mirarse al espejo y preguntarse si realmente valdría la pena salir esa noche. Mi caso particular consta de una racha que duró dos años. Aves rubias, morochas, pelirrojas, teñidas, bronceadas, pálidas, leves, suaves, pesadas, libres, encerradas, arrogantes, suplicantes, exuberantes, exasperantes. Aciertos, errores, pero sobretodo una libertad franca y recíproca en casi una total perfección. Casi, porque dentro de esta gran lista de pájaros que volaron tan rápido como se pierde el humo del cigarrillo en el aire, rescaté un ave que estaba dispuesta a acompañarme en mi vuelo. Que se fijaba en mis defectos y los respetaba, pero sobretodo amaba alguna que otra virtud y la reconocía.
La noche amanecía a oscuras aún (o tal vez era yo, que intentaba madrugar) y la encontré en la cocina recortando algunas cartulinas de colores. Rápidamente y en el primer descuido, me acerqué invitándola a descansar luego de que tanto trabajo cesara. Sonrió dejando asomar tímidos algunos dientes entre los dos hermosos labios de su perfecta boca.
Nos volvimos a ver, y para hacer honores a la noche del descubrimiento, logramos amanecer en claridad tomados de las cinturas.
Tal vez era mi estupidez, mi ceguera, o el hecho de que para mi, ninguna jaula merecía retenerme, pero no vi su rostro y desconocí sus sentimientos hasta el día del primer reclamo (justificado luego de 4 meses de tanto volar). Me interesaba, le tenía cariño, teníamos buenos momentos, y sobre todas las cosas (como decirlo sin decirlo) ¿Qué tal esta manera? Entre el miedo y la desesperación abrí las alas, levanté vuelo y no solo que me alejé veloz sino que jamás volví a saber de ella.
Y ella estaba dispuesta a acompañarme en todos mis vuelos, a hacerlos propios, a convertirlos en nuestros. Es al día de hoy que comprendo lo que se siente. Es al día de hoy que sé (aunque siempre supe), que no la merecía.

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