Como un día de calor, a unos veintiocho grados, ni más ni
menos, en medio de algún otoño. Nadie sospecha, simplemente está allí esperando
(mientras transcurre) la reacción de la gente. Como un número impar en la mano
de enfrente, en la puerta de entrada, entre todas las puertas. Como toda la
gente, entre todas las puertas, más preocupada por la mirilla que por la
ventana. Pequeñeces aumentadas con esfuerzo, e inmensidades ignoradas, como una
fragancia que invade un cuarto sin que alguien lo note. Bemoles de la mirada
puesta en el destino y no en el camino. Entrópicos, caóticos, forzados, que
miran de reojo pero no observan, que pispean
las cartas, que manosean la fruta, que sienten el fraude, pero que no juegan,
no comen, ni invierten. Espías.
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