sábado, noviembre 06, 2004

ENCIERROS (Parte III - El olor del sexo)

-Ya se fueron, viajan a Córdoba- dijo ella algo nerviosa aquel atardecer de primavera, dándome la señal.
-En una hora estoy allá, esperame- respondí antes de colgar el teléfono y sin saber cuánto significaba esa última palabra.
¿Cuán libres somos si no conocemos la totalidad de los secretos de la vida? ¿Cuán lejos hemos llegado si al momento de morir, nos queda una deuda pendiente?
De plumas rojizas y ojos negros, su figura abrió la puerta de su casa esa noche. Una densa oscuridad masticaba con fuerza las paredes. Otra puerta de madera que se abrió dejándome libre el camino rodeado de estrellas que conducía a su cama.
Abrí mis alas tan amplias que los extremos rozaban los límites del espacio. Las cerré a su alrededor, y ella desapareció en mi. Abrió sus piernas tan amplias, que sus dedos rozaban los límites del tiempo. Las cerró a mi alrededor y desaparecí dentro de ella. Creación, Big Bang, descubrimiento, novedad, miedos, cariño, deseo, inexperiencia, soltura, penetración, placer. Libertad. Los cuerpos se funden en forma y color, se envuelven, se sueltan, se buscan, se ocultan, se desean.
Una y mil veces lo repetimos esa primera y milésima noche.
Volvimos a vernos algunas veces más y de todos modos seguíamos siendo libres y libertadores. Recordaré por siempre su última frase: "Fuiste el mejor", y confirmé que para ella, también había sido el primero y único. Su perfume en cualquier lugar, representa para mí, el único olor del sexo.

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