No se si es que no recuerdo bien como era mi vida antes de conocerla, o tan solo no quiero compartirlo.
Vagaba en mis 12 años, con la mirada de un niño. Atrás habían quedado en un corto tiempo los juguetes, los miedos, y el constante abrazo de mi madre. Abría los ojos al mundo y el mundo me abría sus puertas.
Adolecíamos una tarde un grupo de personas en una sala iluminada por un cielo nublado y a punto de estallar. Se presentó, era nueva, era extraña, era hermosa. Eran tiempos de juegos, de burlas, de vergüenzas, pero nada importaba. No podía sacar mis ojos de aquella paloma que traería a mi vida, la hoja de laurel en su pico. Nos sentamos en ronda, sonreía poco, tal vez porque no encontraba motivos para hacerlo, tal vez porque sabía que si brillaba su boca un poco más, jamás la dejaría ir.
Las primeras salidas, las primeras noches, una época que jamás volverá, pero que dejó en mi mente un hermoso recuerdo, y en mi corazón el mayor de los cariños.
Había comenzado a llover. El cielo tentado dejó libre su impulso y su fuerza hizo que se humedeciera el suelo, las paredes, los techos, pero especialmente los vidrios.
Anochecíamos una vez un grupo de personas en una sala oscura con un cielo ya en pedazos. Acerqué mi dedo a la ventana y temblando mi mano dibujó un corazón con nuestras iniciales dentro de él. No necesité animarme a mostrárselo porque sola lo vio. Y creo yo que fue aquel, el momento en donde un "Sí" raramente abrió las puertas y nos dejó ser libres. Durante tres años corrimos juntos y de la mano dando en la vida nuestros primeros pasos. Aprendimos a conocernos, a querernos y a respetarnos. Se fundieron durante ese tiempo las personalidades, el carácter, los pensamientos. Forjamos gustos y apatías ante las mismas situaciones. Y cuando nada más quedaba, simplemente nos dijimos adiós, dejándonos libres, sin lastimarnos y de una manera idealmente sana.
Si en algún lugar existen los recuerdos, nadie olvidará jamás a su primer amor.
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