sábado, abril 24, 2004

En mi barrio

Hoy me gustaría hablarles de oficios y profesiones. ¿Sintieron alguna vez recordar a alguien que no conocen? Esta historia comienza a mediados del siglo XX, siglo de grandes cambios, buenos y malos.
No se bien en que fecha llegó cada uno de mis cuatro abuelos desde Alemania, escapando de una doble guerra que seguramente se hubiera cobrado cada una de sus cuatro almas, como lo hizo con millones de otras.
Pero es una suerte que todos hayan caído en este bendito país. Es una suerte que se hayan conocido respectivamente con sus parejas y que hayan tenido ha mi madre y a mi padre entre sus mejores logros. También es una suerte (y siempre desde mi percepción de ser vivo), que mis padres se hayan conocido y tenernos a mi hermana y a mi entre sus metas.
Nunca entendí bien las profesiones u oficios de mis abuelas (consideremos que en la época aquella, se consideraba a una mujer como esa persona que habitaba la casa, se encargaba de la administración de los bienes que el hombre conseguía y de la educación de los hijos, al menos en la gran mayoría de los casos de las familias pertenecientes a la sociedad arquetípica argentina de mediados de siglo).
Pero si conozco muchos de los oficios de mis dos abuelos. Ambos eran hábiles para la construcción, el manejo de herramientas, el arreglo de maquinarias. Mi abuelo materno, Kurt Levy, vivió en un pueblo llamado Rivera (cerca de bahía blanca) durante largos años de su vida. Tuvo a mi madre y a mi tía allí, quienes hasta su adolescencia no conocían del todo la capital federal. Mi abuelo Norberto Herz (de quien llevo su nombre casi por completo), venía de una familia en la cual, hablar de carne era hablar de trabajo. Ya en Alemania tenían frigoríficos y al llegar aquí, siguieron con el negocio, o hablando con propiedad, comenzaron otra vez. Y es de mi abuelo Norberto, más conocido como Nobel, de quien quisiera contarles tantas cosas que me han contado. Pero hoy, particularmente quisiera contarles que el, es quien abrió en el mismo lugar donde hoy trabaja mi padre, Alberto Herz, un taller de electromecánica. Y trabajó como toda la gente trabajaba en la época, y en el barrio lo conocían todos. Cuando un auto no arrancaba, - Llamá al taller del alemán que una mano te va a dar -. Y pasaba sus días arreglando automóviles y trabajando duro, criando a mi padre y a mi tío. Lamentablemente, alguna enfermedad comenzó a comerlo de a poco y mientras el se consumía, mi padre trabajaba duro en el mismo taller que hoy. A mi abuelo le llegó su hora años antes que yo naciera y lo que se de el, no son solo historias sino leyendas.
Ocurrió una vez un detalle curioso. Un llamado a mi casa que preguntaba por mí. Al levantar el teléfono, me trataron de Nobel, y me preguntaron si podían traerme el auto. Extrañado, confundido, devolví el teléfono a mi padre (pensando que se confundieron y de hecho si), al llevar el mismo nombre, gente que hace mucho tiempo no sabe nada de el taller, lo confunden conmigo.
Más de una vez escuché atentamente los comentarios de clientes de años del taller (de los que cada vez quedan menos) , quienes me comentaban que algún parecido teníamos. Siempre me hablaron bien de el, la gente en el barrio lo conocía como el señor fuerte y cascarrabias que arreglaba los autos de la gente. Pero también me hablaron con un respeto que años después de su desaparición como ente físico, se mantiene en la cara de la gente. Esa es la historia del alemán. Mi padre, está a sus 56 años entero. Un roble. (y aquí entre nos, si jugamos un picadito, seguro que pierdo). Y hace un tiempo, comencé a notar que en el barrio es un “tipo” muy querido. Que la gente lo respeta, le pide su ayuda.
Al margen de mi familia, en donde siempre algo raro hay, este tema de los oficios barriales, el te fío, el me fío. Costumbres que trajeron mis abuelos, los tuyos, los que levantaron este país. Costumbres que se están perdiendo.
Yo soy programador. Espero en algunos años recibirme de ingeniero. Me encanta mi trabajo, pero se que ha finalizado las costumbres barriales, que son cosas que jamás volverán.

Solo eso. Gracias Nobel, Gracias Tito.

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