Y el frío se apoderó de la sala y un silencio espeso se dejó oír entre los pasillos del auditorio. La araña de cristal tallado hace siglos, se movía suavemente dejando escuchar esos suaves sonidos que en un silencio total, solo pueden generar escalofríos en el cuerpo. El techo teñido de negro y el suelo teñido de rojo, parecían acercarse en una inmensa y brutal compresión de oxígeno que terminaría con la vida de todo ser que reposara en el lugar. La quietud en los corazones se convirtió en miedo, en fobia, en llanto, en desesperación. Las miradas se transformaron en desencuentro, las manos separadas en desarraigo.
Una gota de sangre cae suavemente hasta impactar con la alfombra, antes teñida, ahora manchada. Y se ve como desde la tercera silla de la mesa cuatro, cae sin vida el cuerpo del hijo menor de la familia Starm. La madre desesperada, intenta comenzar a moverse, pero el espesor del aire hace sus intentos vanos. Los ególatras aun mirando el escenario, ya vacío e inerte de movimiento, esperando los opacos aplausos de las galeras de los hombres y los vestidos de coktail de las damas. Nadie lo vio caer. Nadie la oyó llorar. Nadie lo sintió morir. Todos inmersos en su profundo dolor, en su más hondo temor. Todo demasiado quieto como para girar a ver. La bestia se ha cobrado la primera vida.
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