jueves, septiembre 16, 2004

IMPULSOS ELÉCTRICOS

Tal vez sea este el POST más difícil que me tocó escribir alguna vez. No porque las heridas puedan volver a abrirse, no porque pueda demostrar algún sentimiento actual. Simplemente ocurre que las imágenes que se hospedaron en mi cabeza ayer, cuando viajaba en uno de esos colectivos pequeños, sobrecargaron de pasado lo que es mi presente.

Reconozco con superación que tuve etapas críticas en mi vida, que me odié a mi mismo durante varios años, y que descreía de todo sentimiento humano que pudiera existir: Amor, Cariño, Aprecio, etc. Solo analizaba los impulsos eléctricos que le daban vida a esas sensaciones. Creía que manejaba mi propio dolor, aunque era este quien me manejaba y me aislaba de mi entorno día a día, segundo a segundo.
Juré jamás enamorarme, ya que ese estado, también era generado por mi cerebro. Descreí del alma, descreí de la humanidad, desconfié de mi familia, de mis amigos, de mis distancias. Pero sobre todas las cosas, descreí sobre el amor.

La conocí un 18 de Julio de 1998, tras una puerta de madera que nacía en el contorno de una atrayente figura. Comentaron que era la prima de una de mis ?amigas? (ya que en ese momento, no creía en la amistad tampoco). En los primeros momentos, me devolvió la sonrisa, los deseos de estar con alguien, el extraño sentimiento de extrañar. Vivía en Mar del Plata y yo en Capital. Cuatrocientos kilómetros separaban nuestras vidas, y eran suficientes para no quitar la armadura que tanto tiempo había tenido puesta.

El primer viaje a Mar del Plata (luego de conocerla) lo realicé con mi familia. Teníamos 15 y 16 años y unas enormes ganas de vernos. Lo sabía por su última carta. El encuentro ocurrió cierto día, en el cual el sol se posaba directamente sobre la fuente de una de las plazas más conocidas de ?La Feliz?. No ocurrió nada fuera de lo común. Conversamos, miramos el mar, atardecimos, justo cuando amanecía nuestra relación.

La volví a ver durante las vacaciones de invierno del siguiente año, en donde al cruzar miradas, corrimos a nuestro propio encuentro fundiéndonos en un abrazo que parecía eterno. Conversábamos, nos mirábamos, reíamos, estábamos tan felices. A la luz blanca de aquel farol la besé por primera vez, sellando el fin de una etapa de desolación, que tal vez, hubiera desaparecido con cualquier estímulo. Pero fue ella, la razón.

El tiempo, las distancias nos separaron y volvieron a unirnos recién un caluroso verano en donde compartiendo una semana juntos (un campamento), continuamos conociéndonos. Ella estaba de novia, y la fidelidad era una de sus virtudes más valoradas (al menos por mí). La sinceridad, sigue siéndolo hasta hoy. Cuando caían las noches, el mundo era nuestro, y caminábamos en la oscuridad escondiéndonos de un universo que inmenso, nos notaba. La última noche encontró a casi todos nuestros amigos en estado de ebriedad. Por una de esas casualidades, quiso el destino que yo permaneciera sobrio y entre algunos, nos encargáramos de llevar a la gente a sus carpas. El desorden, el descontrol, el CAOS, hizo que mi bolsa de dormir estuviera repleta de gente, por lo que pedí prestado un espacio en la carpa donde ella dormía. La última mañana nos sorprendió abrazados y al despertar, decidimos que ese abrazo no terminara.

Fue el mismo verano, en donde por primera vez, salía de vacaciones con mis amigos. Estaríamos cerca de Mar del Plata, y seguramente un día o dos, los pasaríamos allí. Ella seguía de novia, y yo la había extrañado. Nos vimos apenas unas horas, y no volvimos a hablar hasta dos años después, en los cuales, volví tal vez a refugiarme detrás del acero.

El siguiente encuentro ocurrió en Capital, ella había venido en invierno, y continuaba de novia. Logré hallarla en la casa de sus abuelos y decidimos salir una noche ella, su hermano y yo. Al retornar a su casa, me ofreció pasar y tomar un café. Acepté y al dormir su hermano comenzó una sesión de masajes, mimos, caricias y abrazos, que terminó recién cuando los primeros rayos del amanecer, irrumpieron la paz entrando por la ventana.

Otra vez allí en Mar del Plata, luego de pasar 3 días en casa de un amigo, me invitó a quedarme, y lo que serían tal vez 48 horas allí, se convirtieron en 11 días y 10 noches. Nada pasó, nos mantuvimos serenos. Regresé a Capital y volví a Mar del Plata antes que la luna fuera idéntica otra vez. Esta vez, con mis padres, quienes me habían invitado a pasar un tiempo con ellos.

Ella regresó a Capital en Agosto del año siguiente (recientemente era el 2002). Yo buscaba trabajo, y un día luego de la facultad, pasé por su casa antes de ir a una entrevista. Comimos juntos y al partir, cuando me colocaba la corbata, se dirigió a mi, miró mis ojos y me dio un abrazo. Volveríamos a vernos esa noche, en el Abasto, para ver una película y pasar un tiempo juntos. Esperando la sala, nos sentamos en una de las mesas del patio de comida a conversar y esperar que pasara el tiempo. Estaba preciosa, lo recuerdo, los hombros descubiertos asomándose sobre la blusa color salmón. Me acerqué, besé su frente, sus mejillas, su cuello, terminando finalmente encontrando sus labios dándome cuenta que luego de mucho tiempo, había vuelto a enamorarme.

La historia continuó, y continúa en la actualidad. Aunque hoy es diferente. No estamos enamorados, no existe deseo alguno, y no imagino mi vida siquiera cinco minutos a su lado. Pero siempre estaré agradecido a esa persona, pues volví a creer en los sentimientos, en mí, y en la vida.

Gracias a ella tal vez, tengo hoy una gran capacidad de contención, un hermoso sentimiento de deseo de vivir, y compartir mi vida con la mujer que amo. Porque tal vez, los sentimientos sean tan solo impulsos eléctricos que genera nuestro cerebro, pero hasta en su forma más baja, real y científica, son reales.

GRACIAS A LOS VALIENTES QUE SE ATREVIERON A LEER ESTA INMENSIDAD.

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